El lenguaje es una de las características principales que definen al ser humano. La capacidad de articular palabras, establecer un sentido a través de ellas, solas o entrelazadas, resulta tan compleja como fascinante para quienes la estudian, porque está tan viva como la vida misma: se reproduce a lo largo y ancho del planeta de cualquier forma posible. También a lo largo del tiempo, transitando el mundo a medida que lo hace la especie.
A veces, incluso, pareciera que fuera lo que antecede al propio desarrollo de la humanidad. Pero, ¿cómo llegan las palabras a nosotros? ¿Cómo transcurren en el cerebro de los niños los signos y símbolos que las conforman? Este encuentro entre el habla y el cuerpo de los más pequeños reúne grandes incógnitas aún sin resolver. Los científicos descubren continuamente aspectos nuevos sobre cómo captamos el lenguaje desde que nacemos y quizás la informática nos ofrezca respuestas hasta ahora desconocidas. Con ello como base, un nuevo estudio ha analizado cómo los niños integran desde muy temprana diferentes fuentes de información para aprender nuevas palabras.
"En el mundo real, los niños aprenden palabras en entornos sociales complejos en los que hay más de un tipo de información disponible", señala Manuel Bohn, psicólogo del "Instituto Max Planck" de Antropología Evolutiva en Alemania. Bohn, codirector de la reciente investigación publicada en la revista científica ‘Nature Human Behavior’, busca responder todas las incógnitas posibles utilizando para ello el lenguaje de la programación.
Las fuentes de información, es decir, de dónde procede la palabra hablada, son primordiales para esta investigación ya que “el aprendizaje de palabras siempre requiere la integración de múltiples fuentes de información diferentes", como sostiene Bohn. Desde si han visto o no un objeto antes (y por tanto lo reconocen) hasta una nueva palabra que llega en mitad de una conversación con alguien. Cómo estas construyen el lenguaje en la psique de los más pequeños tiene una explicación casi informática. Para llegar a esta conclusión, los investigadores elaboraron un modelo cognitivo, a partir de un enfoque de inferencia social por el que los niños usan toda la información disponible frente a ellos para señalar la identidad de un objeto dado.
"Introducimos la sensibilidad de los niños a información diferente, que medimos en experimentos separados, y luego un programa simula lo que debería suceder si esas fuentes de información se combinan de manera racional", según apunta Michael Henry Tessler, psicólogo del Instituto de Tecnología de Massachusetts (#MIT) Primero, llevaron su hipótesis a la computación: recopilar las predicciones de su modelo a través de dicho programa. Más tarde, realizaron experimentos en el mundo real: con un total de 220 niños, a quienes se les dio una serie de pistas sobre las relaciones entre unas palabras y unos objetos, para ver cómo podían inferir el significado de palabras como pato o manzana, cuando los objetos a los que hacen referencia se colocaban frente a ellos.
Así, con el uso además de pantallas de tablet, las pistas que los participantes podían ver (procesar) iban desde una voz en 'off' que mencionaba las palabras hasta etiquetas reconocibles o no. De esta manera, los investigadores pudieron probar tres de las fuentes de información: el conocimiento previo de cada niño, la función de la voz en 'off' y la del propio contexto de una conversación (la que se produce entre ellos).
"La virtud de partir de un modelo de computación es que este puede articular una variedad de hipótesis alternativas con diferente "cableado" interno que ayudan a probar si otras teorías harían predicciones igualmente buenas o mejores", sostiene Tessler. De hecho, los resultados han sido positivos y demuestran que los niños utilizan las tres fuentes estudiadas de formas predecibles (como lo haría una máquina) y, por lo tanto, aumentarían progresivamente siguiente un cierto orden a medida que desarrollan su vocabulario.
La investigación ofrece, por tanto, una perspectiva matemática para comprender cómo ocurre el aprendizaje de idiomas en los niños, por la que podría medirse y contabilizarse. No obstante, los investigadores advierten que aún es necesario trabajar más desde este prisma, con grupos más grandes de niños que puedan verificar los resultados, que de ser constatados en próximos estudios, serían una pieza fundamental en áreas como la enseñanza o la terapia.