Me he preguntado en mis tiempos de silencio, si el secreto para potenciar mi memoria está en esforzarme y hacer asociaciones. Cuanta más información yo tenga sobre una persona, su nombre, principalmente, se me haría mucho más fácil recordarlo. Olvidar los nombres de la gente es normal: el cerebro omite la mayoría de la información, dicen los especialistas abocados a las neurociencias. Casi todo el mundo se ha visto alguna vez en la situación incómoda de no acordarse del nombre de alguien que ya se ha presentado.
Claro, no es nada personal, pero puede sentirse así, sobre todo porque habrá algún otro nombre que si se recuerde y, simplemente, la cabeza ha decidido omitir ese (o esos) en particular. Hay personas que no olvidan un rostro; otras que nunca pueden identificarlo cuando lo vuelven a ver.
Entre esos extremos se halla la mayoría de los seres humanos, en una gama de grises desde los más capaces de reconocer caras a los menos capaces. "¿Pero por qué existen diferencias individuales tan grandes?" Algunas de las secuelas de una lesión cerebral son las siguientes: Alteraciones cognitivas, como problemas de la memoria, dificultad para concentrarse, disminución de la capacidad de juicio y planeación, dificultades con el lenguaje y falta de habilidades para resolver problemas. La “omisión” en un sentido amplio no es más que un acto negativo que implica abstenerse de un hacer, o bien, falta por haber dejado de hacer algo necesario o conveniente en la ejecución de una cosa o por no haberla ejecutado.
El trastorno de omisión (también llamado síndrome neurológico de la desatención, hemiomisión o, simplemente, omisión) es un problema clínico que se manifiesta por la incapacidad de percibir una imagen completa de la realidad como resultado de lesiones neurológicas. Se trata, en esencia, de un desorden de la atención, por cuanto el paciente, aunque goza de una visión normal, no toma en consideración determinadas zonas de aquello que tiene dentro de su alcance visual. El defecto persiste, además, aun cuando se recree algo con los ojos cerrados.
La lesión cerebral causante del trastorno se localiza en la sección de la ruta por la que circulan las señales visuales de la retina conocida con el nombre de «cómo»: originada en la corteza visual, alcanza hasta el lóbulo parietal y posibilita la atención a los objetos y la interactuación con los mismos. Así, aunque no esté dañada la ruta complementaria con la que converge en la corteza parietal y que permiter reconocer e identificar los objetos, al estar dañada la capacidad de tenerlos en cuenta es cuando se produce el trastorno de omisión.
La omisión solo se aprecia en lesiones producidas en el hemisferio derecho, de forma que la parte del espacio visual afectada es la izquierda.1
La falta de conciencia del paciente respecto de su problema permite conjeturar que no se trata sólo de un déficit sensorial, ni de una ceguera a las señales visuales que llegan del lado izquierdo, ni de una incapacidad de atender a ese lado. Estrictamente, se trataría de «una aniquilación existencial del lado izquierdo del universo».