Eric Arthur Blair, conocido por su seudónimo de "George Orwell", fue un novelista, periodista, ensayista y crítico británico nacido en la India, quien solía decír esto : “si el pensamiento corrompe el lenguaje, el lenguaje también puede corromper el pensamiento”. Así llegamos con el correr del tiempo, al debate entre personas con diversidad funcional y personas con discapacidad.
Este último es un término que ha utilizado la Organización de Naciones Unidas (#ONU), desde hace tiempo para referirse a este colectivo, pero, que la misma población le hace comprender que las terminologías, también vienen envueltas con críticas y connotaciones negativas (sobre todo cuando algunas personas hablan de “discapacitados” en lugar de “personas con discapacidad”), y es por eso que, el concepto de "diversidad funcional" ha empezado a cobrar fuerza terminológica.
Es por ello que las entidades dedicadas a la #discapacidad han librado grandes batallas sobre el uso del lenguaje y los términos que la sociedad, y los diccionarios, empleaba para ‘definir’ el ámbito de la #discapacidad. En este campo, el movimiento asociativo ha logrado en las últimas décadas desterrar del vocabulario colectivo términos negativos, e incluso vejatorios, que se utilizaban de forma masiva hace décadas para referirse a este colectivo. Y para muestra, un botón: hace poco más de un año la Real Academia Gallega y el diccionario normativo, modificaban y suprimían de sus diccionarios varios términos referidos, por ejemplo al síndrome de Down. Sin embargo, y a pesar de todo lo avanzado, el uso del lenguaje y los términos referidos a al mundo de la #discapacidad siguen siendo preocupaciones actuales de las entidades sociales que trabajan con este colectivo masivo.
Desde la #ONU ha surgido en este último periodo, versiones de que se modificaria determinada terminologia escrita y aceptada desde la Convención Internacional de Derechos de las Personas con Discapacidad. Nadie todavía ha salido a desmentir o afirmar sobre este particular. Partiendo de esa base, en lo que se debe incidir es, en construir una sociedad que respete la condición de las personas y que se las integre con normalidad en todos sus ámbitos.
Porqué hay dudas al hablar de personas con diversidad funcional y personas con discapacidad??
¿Diversidad funcional o simplemente #discapacidad? ¿Cuál es el término correcto? En la actualidad sigue existiendo bastante confusión acerca de cómo deberíamos referirnos a las personas que poseen algún tipo de disminución física, psíquica o sensorial que los incapacita o les pone dificultades a algún nivel. No son pocos los que se preguntan por qué existen varias formas de denominar a estas personas, en qué se diferencian y cuál es la más adecuada. Deberíamos partir de la base de que el lenguaje que empleamos moldea, en cierta forma, la realidad que nos rodea.
Para comprobarlo, podemos recordar que las personas con discapacidad y/o diversidad funcional hace un tiempo atrás fueron llamadas "lisiadas", “inválidas”, “minusválidas” o “incapacitadas”, términos todos ellos que hoy en día nos resuenan obsoletos en la sociedad, gracias a una reeducación y aprendizaje morfológico.
¿A qué se debe ese cambio? Muy sencillo: hace años no se le daba tanta importancia al hecho de que las connotaciones asociadas a las palabras se acaban trasladando a las realidades a las que dan nombre. Así, cuando anteriormente se llamaba “inválida” a una persona con discapacidad, de alguna manera se le estaba diciendo justo eso, que no era realmente válida, que era menos que las demás personas supuestamente capacitadas.
El término “diversidad funcional”, surgido de entre las propias personas afectadas, pretende dejar de hablar de capacidades y, poniendo a las personas en el centro, pasar a hablar de espacios. Se entiende, pues, que todos somos diversos en cuanto a nuestras funcionalidades, en mayor o menor grado, y que la clave no es la capacidad individual, sino el entorno en el que nos movamos. En un entorno adecuado todos tenemos capacidades similares; así pues, se entiende que debemos trabajar para crear entornos en los que todas las personas puedan desarrollar al máximo su potencial (por ejemplo, adaptando los puestos de trabajo a las personas con diversidad funcional). La diversidad funcional se refiere a la comprensión de que cada individuo tiene habilidades y desafíos únicos en función de su capacidad física, mental o cognitiva. A diferencia del enfoque médico tradicional, que se centra en las patologías, la diversidad funcional se enfoca en la inclusión y la igualdad de oportunidades para todas las personas. En lugar de ver a las personas como “discapacitadas”, se reconoce que cada individuo tiene una forma diferente de llevar a cabo tareas específicas. Es un enfoque más amplio que considera el contexto y el entorno en el que se encuentran las personas, así como las barreras y facilitadores para su inclusión. Todas las personas, independientemente de sus capacidades físicas o cognitivas, tienen un valor igual y deben ser respetadas y valoradas en la sociedad. La diversidad funcional enfatiza la inclusión y la igualdad de oportunidades.
El principal atractivo de este término es que reivindica el valor de la diversidad humana, no solo a nivel de capacidades, sino también, de forma extensiva, a los niveles cultural, sexual, generacional, etc. Se parte de la base de que la diversidad no supone un problema, sino que enriquece y genera aprendizaje y nuevas oportunidades.
¿Por qué algunas personas prefieren seguir hablando de personas con discapacidad?
Sobre este término, es importante señalar que, como ya hemos avanzado líneas arriba, lo correcto es hablar de personas con discapacidad, en lugar de personas discapacitadas. De esa forma señalamos que la discapacidad es una característica más de la persona, pero no lo que la define completamente (como sí sucedería si hablásemos de “discapacitados”).
Se trata, de nuevo, de pensar en entornos: las discapacidades solo son relevantes en ciertas circunstancias, pero no deberían condicionar toda la vida de una persona ni, por supuesto, menoscabar su dignidad.
Hay que destacar que #discapacidad y ""diversidad funcional""son términos relacionados, pero con matices diferentes:
- Discapacidad: Se refiere a una limitación o restricción en la capacidad de realizar una actividad dentro del rango considerado normal para un ser humano.
- Diversidad funcional: Reconoce que cada persona tiene habilidades y limitaciones únicas, y que estas diferencias deben ser valoradas y respetadas.
- Opiniones: Algunos prefieren el término "discapacidad", mientras que otros utilizan "diversidad funcional" como una alternativa.
El hecho es que hay algunas personas y colectivos que prefieren hablar de personas con discapacidad en lugar de emplear el término “diversidad funcional”. El motivo es la visibilidad: al ser “diversidad funcional” un término nuevo y algo menos discriminatorio, se cree que puede invisibilizar al colectivo de personas con discapacidad dentro de un conjunto formado por muchos otros grupos y, de esa forma, reducir su nivel de protección -una protección que sigue siendo muy necesaria- y provocar confusiones e incluso inseguridad jurídica.
Independientemente del término que empleemos, la clave de este debate es que, como ya hemos comentado, el foco se pone en todo momento sobre las personas, y nunca en las capacidades. La idea final es librarse de prejuicios y evitar estigmatizar a personas que, como ya hemos visto, pueden desenvolverse sin problemas en el contexto adecuado: puede que lo hagan de forma diferente, en ocasiones, pero lo hacen con la misma eficacia. Si el lenguaje moldea la realidad, al menos hasta cierto punto, las palabras que utilizamos importan.
En ese sentido, es importante entender también que quienes deben decidir cómo ser nombradas son precisamente las propias personas con discapacidad o diversidad funcional. Si el objetivo de buscar un término adecuado es favorecer su dignidad humana y su independencia, nada será más importante que escucharles y entender sus preferencias, inquietudes y deseos.
Lo cierto es que, el concepto de discapacidad sigue evolucionado con nosotros a lo largo de la historia. Los factores culturales, médicos, tecnológicos y sociales de cada época han afectado a la definición y las expectativas que la sociedad ha generado alrededor de ella.
No olvidemos, que en la edad media, la discapacidad era un castigo de los dioses. Se trataba de un modelo demonológico en el cual todo aquel que presentaba una alteración de la normalidad era porque estaba poseído por el mal o por un demonio. En esa sociedad las personas con discapacidad fueron recluidas o aisladas en el mejor de los casos, llegando incluso a asesinarlas con el fin de alejarlas del resto de la población y que la maldad no se propagara. En el caso del modelo organicista, aunque sus orígenes se remontan a Hipócrates y Galeano, su auge se dio en el siglo XX. Se trataba de un modelo basado en la patología física y orgánica. Si una persona sufre una discapacidad se entendía que era debida a un fallo en su organismo. Desde este modelo se ve a estas personas como algo a cuidar y proteger. No poseían su autonomía e independencia, siendo la institucionalización la única posibilidad de recibir atención. En la actualidad moderna, ver a la discapacidad como una diversidad funcional, y una posible falta de adaptación simplemente sería la consecuencia lógica del rechazo por parte del contexto o entorno en el que se tiene que desenvolver. Este modelo busca romper con los favoritismos de la normalidad, haciendo énfasis en la diferencia y no en la carencia. El concepto de diversidad funcional vendría a romper con la idea de que las personas con discapacidad sufren un trastorno que les incapacita o les reduce capacidad de compresión.
La sociedad es la que excluye a los individuos con diversidad funcional y los saca de la “normalidad” al no crear productos, recursos o herramientas accesibles a ellos. Esta exclusión tiene cierto pragmatismo debido a que es más cómodo tener en cuenta a la mayoría, que pensar en la universalidad de la población.