El trastorno depresivo mayor (#TDM) es una enfermedad mental generalizada que afecta a millones de personas en todo el mundo. Los problemas sociales contribuyen sustancialmente a su desarrollo incluyendo diversas cuestiones como la desigualdad de ingresos, la discriminación racial y de género, la violencia, el acoso, la separación de los padres, el maltrato infantil, los conflictos sociales y el aislamiento social. Dada la carga que las interacciones sociales aversivas suponen para la salud mental, varios estudios han intentado identificar si los rasgos sociales de la personalidad operan como factores de riesgo premórbido de vulnerabilidad a la enfermedad y cuáles son. Se ha demostrado que las diferencias individuales en los rasgos de personalidad social, como el neuroticismo, la agradabilidad y la extraversión elevados o la baja preocupación por el bienestar de los demás y la baja confianza predicen futuros estados y síntomas depresivos, incluida la depresión patológica. A nivel biológico, a pesar de la bien establecida neurobiología funcional y anatómica del #TDM solo unos pocos estudios han investigado los sustratos neurales subyacentes al vínculo entre los rasgos de personalidad social y su desencadenamiento.
Para comenzar con la descripción de la neuroanatomía de las emociones, Paul Broca acuñó el término de sistema límbico por primera vez en 1878. Fue después, sobre 1930, James Papez le bautizó definitivamente con el nombre de sistema límbico (#SL), postulando que el mismo participa en el circuito de expresión emocional . Así, el sistema límbico corresponde a un concepto funcional en el que se incluyen varias estructuras y redes neuronales, teniendo un rol destacado en los aspectos emocionales. Al estar implicado en las manifestaciones emocionales, el sistema límbico también está relacionado con la motivación. Concretamente, está relacionado con la motivación orientada a la acción, el aprendizaje y la memoria (se recuerda y se aprende más, aquello que tiene más alto contenido emocional.
Un equipo del Boston College, en EE UU, ha realizado un análisis detallado de neuroimágenes de personas con trastorno del espectro autista utilizando técnicas de aprendizaje automático. Los investigadores han observado que las diferencias de comportamiento entre individuos con este trastorno están relacionadas con variaciones en la estructura del cerebro. Comprender la heterogeneidad del cerebro de las personas con trastorno del espectro autista (#TEA) podría ser fundamental para mejorar su calidad de vida, ya que posibilitaría diagnósticos específicos e intervenciones conductuales más dirigidas. El equipo utilizó esta técnica de inteligencia artificial (IA) para estudiar los datos de las imágenes de resonancia magnética de más de 1.000 individuos con #TEA y comparó esas imágenes con las que ofrecían las simulaciones computacionales sobre el aspecto que tendrían los cerebros si no tuvieran este trastorno.
También señala el análisis de neuroimágenes que el hecho de que distintas personas con #TEA “puedan tener afectadas diferentes regiones, podría ayudar a explicar las grandes diferencias individuales en los síntomas: los afectados por este trastorno suelen presentar diferentes síntomas de distinta gravedad”.
El #autismo difiere, tanto en síntomas como en #neuroanatomía, de un individuo a otro. Investigaciones previas ya habían planteado la hipótesis de que podría no haber un único conjunto de correlaciones neuroanatómicas comunes a todos los individuos con #TEA.
Confirmar estas propuestas ha sido difícil porque identificar las alteraciones neuronales específicas del #TEA es una tarea complicada. Los cerebros son diferentes debido a muchos factores, incluida la variación genética no debida a este trastorno, que es difícil de controlar en un estudio de investigación. A nivel de anatomía cerebral, las diferencias individuales dentro del #TEA podrían ser mejor captadas por las dimensiones continuas que por los subtipos categóricos, según el coautor, pero es importante destacar que esto no descarta la posibilidad de que se puedan encontrar subtipos categóricos con otros tipos de mediciones cerebrales, como las imágenes funcionales. Lo que otorga valor a una experiencia no solo es la evaluación cognitiva, sino también cierto estado somático. Este estado estaría dado por la activación de complejos circuitos subcorticales neurohumorales que “marcan” a un pensamiento con una carga específica emocional y le hacen tomar relevancia.
Inhibición y regulación de las respuestas emocionales de la corteza prefrontal.
Estos sistemas previos de comandos emocionales necesitan de la experiencia para desarrollarse. Así, en la acción voluntaria, la información del mundo exterior que viene a través de las áreas de asociación va hacia la corteza prefrontal. Esta conecta después con el sistema motor. En las acciones involuntarias, en las que se implican reacciones emocionales, la acción se media fundamentalmente desde las áreas subcorticales (como los sistemas de comando de las emociones de los que hemos hablado).
En la neuroanatomía de las emociones, la regulación de las respuestas emocionales la lleva a cabo la corteza prefrontal. Ocurre en su región ventral medial con una función inhibitoria, y en su región dorsal. Así, esta última tiene una función más controladora del pensamiento consciente. Es protagonista en el aprendizaje, así como en el establecimiento de planes y decisiones.